miércoles, 1 de mayo de 2013

Francisco de Miranda


Francisco de Miranda tenía veinte años cuando se embarcó en La Guaira rumbo a España, ávido de conocimiento  y ansioso por vivir las experiencias que harían de él un gran  hombre consagrado a la libertad de los pueblos. Su familia  lo despidió con una fiesta majestuosa en Caracas, a la que  asistieron las muchachas más bonitas de la capital, todas pendientes de Francisco. También lo quería la servidumbre.
En la cocina se esmeraron para que el señorito se llevara los mejores recuerdos de su patria. Hubo orquestas, baile y vino. El padre, en un tono severo, le impartió los últimos consejos en el patio, y la madre escondió detrás del abanico su rostro triste. Todos sabían que pasarían muchos años antes de que regresara el intrépido aventurero.

Francisco de Miranda nació en Caracas en 1750, de padres canarios. En Venezuela, en tiempos de la colonia, el origen social determinaba las posibilidades de desarrollo de los niños. Sin embargo, era tal su afición a los estudios, que entró a muy temprana edad a la Universidad de Caracas.Nunca dejó de estudiar y de interesarse en los fenómenos políticos de los países que visitó. Para entenderse con sus habitantes, aprendía los idiomas.

Al puerto sólo lo acompañó una amiga, que permaneció con él hasta que la fragata desplegó sus amplias velas blancas y se hizo a la mar. Era mediodía y la travesía tomaría más de un mes, a lo que luego había que sumarle dos semanas en coche de Cádiz a Madrid. Esa lentitud en los desplazamientos hacía que en esa época el mundo era más amplio que hoy, excepto para el joven Miranda que lo recorrió como quien se pasea por el patio de su casa.Miranda viajó por tres continentes, siempre con su biblioteca, siempre por una razón noble. Vivió y luchó en África, en América y en Europa, junto a personajes de la estatura de George Washington, Napoleón Bonaparte, Simón Bolívar, Catalina la Grande, Federico II de Prusia, el Duque de Wellington, José de San Martín, La Fayette, Antonio José de Sucre, lord Cochrane, Samuel Adams, Andrés Bello, Dantón…

En 1771 llegó a Madrid. No conforme con retomar la universidad, estableció contacto con intelectuales y libre pensadores en Francia para conseguir libros que estaban prohibidos por el gobierno español y la Santa Inquisición (un tribunal de la iglesia católica que perseguía a los “herejes”).Paralelamente, reforzó su formación militar, obtuvo el grado de capitán y se incorporó al Regimiento de Infantería de la Princesa, sin por eso dejar de frecuentar los círculos intelectuales y de perfeccionar su instrucción política, leyendo a Maquiavelo y a Bartolomé de las Casas.

Nunca cesó tampoco de perseguir el amor, de fascinarse y redescubrir en cada mujer una nueva fuente de emociones y sentimientos.


  

Pero Francisco de Miranda era un hombre de acción. En 1774 defendió la ciudad de Melilla (en África) contra las feroces tropas del sultán de Marruecos. Se destacó por su inteligencia militar y su determinación en la toma de decisiones durante el sitio. Pocos meses después lo designaron para formar parte del cuerpo de oficiales encargados de atacar Argel. Ahí cayó herido en ambas piernas y su mosquete quedó destrozado por una bala enemiga.España se involucró en la guerra de independencia de Estados Unidos a causa del interés que representaban los territorios de Luisiana y Florida. Miranda, que había sufrido reprimendas de la alta jerarquía militar por supuestas fallas disciplinarias, se sumó a la flota que zarpó de Cádiz. En la batalla de Pensacola (Florida), donde el imperio inglés fue derrotado, Miranda se destacó por su capacidad de planificación y estudio del terreno. Lo ascendieron al grado de teniente coronel. Sin embargo, a pesar de sus importantes méritos militares, la Inquisición lo mandó a apresar en La Habana, Cuba, acusado de ideas revoltosas y tenencia de libros prohibidos. Esto no acobardó al combatiente de la libertad que se embarcó a Estados Unidos para seguir luchando contra el imperio inglés.

Allá conoció al canciller Livingston y su hija Susan, que se enamoró de él y se quiso casar. Pero Miranda tenía otros designios para su vida y regresó a Londres, de donde partió hacia Rusia, pasando por Bélgica, Alemania, Austria, Hungría, Polonia, Turquía, Grecia, Italia…

Varias damas lo acompañaron en su vida, mujeres del mundo, baronesas, marquesas, en Londres, en Haití, en Boston, algunas lo amaron con pasión desenfrenada, otras con la fidelidad de una amistad inquebrantable. En Londres, donde vivió varios años, se casó con Sarah Andrews y tuvieron dos hijos, Leandro y Francisco. Pero Miranda no era hombre de hogar y, a pesar del amor que profesaba por sus hijos, se alejó de ellos para continuar con su misión libertaria.

La zarina (emperatriz) rusa Catalina II mostró gran interés por Miranda y los asuntos de América, pero la personalidad rebelde del oficial venezolano no le permitía instalarse en una corte. Marchó a Francia para incorporarse a la Revolución Francesa, en cuya gesta alcanzó el grado de Mariscal. Participó en múltiples batallas, Valmy entre ellas, y llegó a ocupar la posición de segundo jefe del ejército del norte.No obstante la dimensión de su combate en Europa, el pensamiento político y sentimental de Miranda no se despegaba de la independencia americana. Tenía la visión de un gran imperio conformado por todos los territorios americanos que estaban en poder de los españoles y portugueses, cuyo nombre sería Colombia.

En 1806, con la ayuda de Estados Unidos y Haití, logró organizar una expedición a Venezuela. Desembarcó en La Vela de Coro y avanzó con sus soldados hacia la ciudad de Coro, donde izó la bandera, instaló una imprenta y mandó a los cabildos a ejercer funciones de gobierno. Pero la población le dio la espalda, influenciada por la Iglesia que lo acusó de enemigo de la patria, por los mantuanos que pusieron su cabeza a precio y por el bloqueo que instauraron las autoridades del imperio. Miranda tuvo que partir al exilio, donde permaneció tres años buscando apoyo para la lucha entre los masones, políticos, diplomáticos y militares. Hasta que recibió la visita de Simón Bolívar, comisionado para pedirle que regresara a Venezuela a encabezar el movimiento de independencia.

De regreso en la patria, el 5 de julio de 1811, firmó el Acta de la Declaración de Independencia de Venezuela y pocos meses después el congreso lo nombró jefe del gobierno con el rango de Generalísimo.

Era sólo el inicio de la guerra de independencia. Las tropas al servicio de la corona española contraatacaron y rodearon Caracas. El general Miranda, responsable de su defensa, evaluó rápidamente la situación militar, la caída de Puerto Cabello, la rebelión de los esclavos en Barlovento, el poder de fuego de los ejércitos españoles, y concluyó que no tenía posibilidad de detener el avance del enemigo. Para evitar los saqueos, robos y asesinatos de la población de Caracas, firmó un armisticio con los españoles, pero esto fue entendido por algunos como una traición. Por ello, una vez más tendría que partir al exilio.

Bajó al puerto de La Guaira y esperó una embarcación para abandonar el país, siempre con la idea de organizar afuera el regreso triunfante. No contó con un grupo de oficiales dirigidos por Bolívar que lo apresaron y entregaron a las autoridades españolas, acusándolo de traidor, sin entender las razones que lo habían llevado a entregar Caracas.

Desde su prisión en el Castillo San Felipe, escribió un memorial a la Real Audiencia de Caracas exigiendo el cumplimiento de la capitulación. Finalmente, fue trasladado a España donde murió de un ataque de apoplejía, encerrado en el cuartel de La Carraca.

Napoleón dijo de él:
“A ese hombre le arde en el pecho el fuego sagrado del amor a la libertad”.